VESTIDOS DE CRISTO
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“Y Jehová Dios hizo al hombre y á su mujer túnicas de pieles, y vistiólos” (Génesis 3:21 RV1909).
Por causa de la desnudez de Adán y Eva, Dios sacrificó a un cordero y de su piel hizo túnicas para vestirlos. En Apocalipsis se expresa: “Y le adorarán todos los habitantes sobre la tierra, cuyos nombres no están inscritos en el libro de la vida del Cordero, quien fue inmolado desde la fundación del mundo” (13:8). El cordero que Dios sacrificó en el principio, era símbolo de Jesucristo, quien fue sacrificado para cubrir la desnudez del pecado de toda la humanidad y liberarla de la condena a muerte.
El Ministro de la Iglesia de Dios de Guatemala, Carlos Humberto Sánchez García me preguntó si es suficiente la piel de un cordero (cría de oveja que no pasa de un año), para elaborar dos túnicas de humanos en etapa de madurez. Al respecto considero que en las manos de un curtidor, seguramente la piel resultará insuficiente, pero no en las manos del Dios Omnipotente. ¿Acaso no hizo a una mujer de una costilla del hombre? Sabemos que en carne y hueso, la costilla era insuficiente, pero en las manos de Dios bastó para hacer a la ayuda idónea.
Dios, con un cordero, vistió a dos adultos, pero con el sacrificio de su Hijo bastó para justificar a todos los hombres y mujeres que lo reciban: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Jesús hace un llamado a todos los seres humanos: “He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela y guarda sus vestidos para que no ande desnudo y vean su vergüenza” (Apocalipsis 16:15). Todos debemos vestirnos de Cristo, pero debemos permanecer firmes y velando, no dejándonos llevar por los deseos de la carne: “Mas vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis caso de la carne en sus deseos” (Romanos 13:14).
Querido amigo, el pecado desnuda a los seres humanos y muestra su vergüenza, pero Dios proveyó de vestimenta especial para que usted y yo podamos ser vestidos. Vistámonos del Señor y disfrutemos de la redención operada por su sacrificio.