CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU

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Formó, pues, El SEÑOR Dios al hombre [del] polvo de la tierra, y sopló en su nariz [el] aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente” (Génesis 2:7 RV2000)

En las Meditaciones Semanales 38 y 40 vimos qué es el alma y qué es el espíritu.

¿Qué causa la vida del hombre? Está escrito: “Te mando delante de Dios, quien da vida a todas las cosas…” (1ª a Timoteo 6:13). Ningún ser podría vivir sin la voluntad del Creador. Pero en el caso del ser humano, fue el espíritu, el aliento de vida que Dios sopló en su nariz, lo que provocó que pudiera vivir, porque la carne no podía vivir sin este elemento: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha…” (Juan 6:63 RV1960). De todo lo anterior se desprende que la unión entre cuerpo, alma y espíritu es lo que hace que el ser humano viva, claro está, todo esto es voluntad de Dios. Esto significa que si una persona deja de respirar (sin espíritu) o su sangre deja de circular (sin alma), entonces muere. El hombre fue un ser viviente porque se unieron cuerpo (formado del polvo de la tierra), alma (la sangre que Dios puso en su venas) y espíritu (aliento de vida).

Cuando Dios formó al hombre, sometió al cuerpo a leyes físicas que al ser transgredidas, traen consecuencias desfavorables para el ser humano. Cada órgano, cada vena, cada célula, por las leyes que los rigen, al ser utilizados conforme a las mismas, sin contravenir las leyes de Dios, pueden elevar al ser humano a una condición de autocontrol y de acercamiento al Creador. De ese modo, cada uno puede hacer de su cuerpo un templo para el Espíritu de Dios (“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1ª a los Corintios 3:16).

Cada uno de nosotros debe vivir en santidad para entregarse completamente a Dios: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).

Querido lector, todos debemos procurarnos esa santidad, para estar preparados para recibir las promesas de Dios en la venida de Jesús: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; que todo vuestro ser—tanto espíritu, como alma y cuerpo— sea guardado sin mancha en la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1ª a los Tesalonicenses 5:23). En este sentido, espíritu, alma y cuerpo constituyen la preservación total de la persona para ser redimido en la venida de nuestro Señor Jesucristo. Busquemos pues la santidad.

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