CULPANDO A OTROS

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Le preguntó Dios: --¿Quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que te mandé que no comieses? El hombre respondió: --La mujer que me diste por compañera, ella me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehovah Dios dijo a la mujer: --¿Por qué has hecho esto? La mujer dijo: --La serpiente me engañó, y comí” (Génesis 3:11-13).

Dios sabía que el hombre había pecado y por eso lo interrogó. En la pregunta, el Creador le deja claro que ese mandamiento lo tendrían que haber cumplido.

El hombre se escudó en su mujer por haber sido ella la que le dio el fruto, pero Él no había sido engañado, sino que permitió que la mujer pecara y ante la invitación de ella, no se resistió, siendo seducido también.

La mujer por su lado, culpó a la serpiente por engañarla. ¿Por qué confió la mujer más en la serpiente que en Dios? ¿Acaso no tenían instrucciones precisas? Al aceptar el engaño, la desconfianza en su Creador fue manifiesta.

Ninguno de ellos aceptó la responsabilidad plena y se exculpó en otros. Hasta el día de hoy, el ser humano sigue poniendo pretextos por sus errores e incluso culpa a Dios, olvidando lo que dice su Palabra: “Nadie diga cuando sea tentado: "Soy tentado por Dios"; porque Dios no es tentado por el mal, y él no tienta a nadie. Pero cada uno es tentado cuando es arrastrado y seducido por su propia pasión. Luego la baja pasión, después de haber concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez llevado a cabo, engendra la muerte” (Santiago 1:13-15).

Es muy fácil culpar a otros por nuestros errores. Querido lector, usted y yo no debemos culpar a otros por lo que hacemos. Debemos cambiar nuestras conductas equivocadas y ser fieles a Dios, caminando por el camino de la vida, que es Jesucristo, el único medio para ser redimidos de nuestros pecados.

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