EL ALMA

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Formó, pues, El SEÑOR Dios al hombre [del] polvo de la tierra, y sopló en su nariz [el] aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente” (Génesis 2:7 RV2000)

Yacía aquel hombre sobre la tierra de donde Dios lo formó, sin vida, pero con todos los órganos esperando una sola cosa para funcionar: El oxígeno. Sucedió entonces que Dios sopló en la nariz del primer hombre y éste empezó a respirar, constituyéndose en un alma viviente. Pero Dios no le dio solamente respiración, sino que hizo funcionar todo el organismo en forma sincronizada.

¿Qué es el alma? El hombre en su totalidad es un “alma viviente”. Sin embargo, adicionalmente, debemos considerar que el alma está ligada a la vida, representada por la circulación de la sangre por el organismo, la que lleva oxígeno a todo el cuerpo. Por ello, la sangre también es el alma: “Solamente que te esfuerces a no comer sangre; porque la sangre es el alma ([o la vida]); y no has de comer el alma juntamente con su carne” (Deuteronomio 12:23 RV2000). “Porque el alma ([o la vida]) de la carne en la sangre está; y yo os la he dado para expiar vuestras personas ([almas]) sobre el altar; por lo cual la misma sangre expiará la persona” (Levítico 17:11 RV2000). Si no hay circulación en la sangre, entonces se deja de ser un alma viviente, porque el cuerpo necesita del oxígeno.

Pero el alma no es solamente el ser y la sangre. El nefesh también se utiliza para identificar la parte mental, sentimental o afectiva de la persona: “¿No lloré yo al afligido? Y mi alma, ¿no se entristeció sobre el menesteroso?” (Job 30:25 RV1960); “También mi alma está muy turbada; y tú, oh Jehovah, ¿hasta cuándo?” (Salmo 6:3). Esto lo podemos comprender mejor en el Nuevo Testamento, en el cual el equivalente griego de nefesh es “psuque”, de la cual se deriva la palabra castellana “psiquis”, la que está relacionada con el alma y con las facultades mentales. Esta palabra está escrita cuando Jesús dijo “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38).

Esto nos enseña que el alma no es algo metafísico interno en el ser humano. Cada vez que leamos alguna referencia del alma en las Sagradas Escrituras, es importante que analicemos el contexto para saber si se está refiriendo al ser viviente en su plenitud, a la sangre que corre por sus venas o a las facultades mentales, sensitivas o afectivas.

Entendiendo estas cosas, podemos apreciar que una de las razones por las cuales Cristo murió y derramó su sangre, es porque Él sacrificó su alma para que toda alma que en Él cree no muera, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16). Está escrito que “El alma que peca, ésa morirá” (Ezequiel 18:20 RV1909).

Sin embargo, ¿qué ocurre con los redimidos por Cristo?: “Y no temáis á los que matan el cuerpo, mas al alma no pueden matar” (Mateo 10:28). Cuando uno comprado por la sangre de Cristo fallece, ciertamente su cuerpo se corrompe, pero la esencia interior de la persona es preservada por Dios para el momento de la resurrección, en cuyo instante el salvo no volverá a la vida con el mismo cuerpo terrenal sino con uno sin corrupción: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos transformados en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados sin corrupción; y nosotros seremos transformados” (1ª a los Corintios 15:51-52).

Querido lector, procuremos vivir conforme a la voluntad de Dios, porque Él hizo un sacrificio de amor a favor de la humanidad, pero lamentablemente muchos desean la redención pero sin compromiso. Comprometámonos pues con el Señor para gozar de la promesa de la resurrección y la vida eterna.

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