IMAGEN CONFORME A SU SEMEJANZA
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“Entonces dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra."” (Génesis 1:26).
Después de hacer tantas cosas maravillosas, Dios formaría a un ser diferente a los animales que había creado. Desde el momento en que Dios lo diseñó, lo nombró “Adán”, pues del hebreo esta palabra se vierte como “ser humano”. En cuanto al nombre del primer ser humano (Adán), resulta importante comprender la razón por la cual fue nombrado de esa forma. La Palabra de Dios expresa que fue formado del polvo de la tierra y precisamente la versión “tierra” que aparece en Génesis 2:7, en hebreo está escrito “adamah”, por lo que “Adam” hace referencia a la materia prima utilizada para su formación. Por otro lado, “adomeh”[1] se vierte como “a semejanza”, lo que también expresa que el ser humano es un “ser semejante”, porque fue hecho conforme a la semejanza de Dios. Josefo también explicó: “A este hombre lo llamó Adán, que en lengua hebrea significa rojo, porque fue hecho de tierra roja macerada.”[2]
Imagen es algo parecido o de igual o parecida manera. También es sinónimo de aspecto, pero esto no implica que debamos entender que el hombre sería hecho con cierto parecido en su aspecto al de Dios, pues es insostenible suponer en Él forma, imagen y semejanza física. No podemos decir que ver a Dios es como ver a un hombre, porque el gran Omnipotente no podría compararse con nada de lo creado. Lo que expresa la Palabra de Dios es que el hombre sería hecho a su imagen, conforme a su semejanza.
Al respecto, en el caso de la palabra semejanza, del hebreo “damut”, las Escrituras revelan que no se trata de un simple parecido, sino de la posesión de características similares a las de Dios. Por ejemplo, Dios le dio al hombre inteligencia para comprender y razonar las cosas, le dio una voluntad propia, pudiendo decidir por sí solo lo que quisiera hacer de su vida (libre albedrío) y le dio sensibilidad para que tuviera la capacidad de sentir afectos y emociones. Las Escrituras dicen “...que Dios hizo al hombre recto, pero los hombres se han buscado muchas otras razones” (Eclesiastés 7:29). Estas características son propias de Dios y en ellas y otras más, descansa la imagen de Dios conforme a su semejanza.
Cuando Dios dice hagamos al ser humano a nuestra imagen conforme a nuestra semejanza, nos remite a cualidades no físicas, sino trascendentes. Imagen está escrito en el original como “tsalmenu”, que deriva de “tselem”. Por tselem también puede entenderse como la capacidad intelectual y moral del ser humano; tal como Dios entiende y distingue, el humano lo puede hacer (cada cual a su determinado nivel y capacidad). Incluso sin buscar muy lejos, tenemos en nuestro idioma castellano la expresión “imagen mental” o “imagen interior”, que no remite a nada material, sino a una representación psíquica.
Semejanza como vimos antes, se refiere a estados interiores de similitud con Dios y no a semejanzas físicas. En el caso del ser humano comparado con Dios, la capacidad interior descrita es la de construir en nuestras vidas de modo de asemejarnos a Dios como creador. A diferencia de todas las otras criaturas, el ser humano es el único que puede crear, innovar dentro de sus límites, pues Dios nos ha hecho semejantes a Él en este aspecto. En conclusión, la persona se asemeja a Dios en aspectos trascendentales y no en vanas materialidades pasajeras.
El Omnisciente concedió al humano la dicha y la responsabilidad de ciertos aspectos de su semejanza. No es para menos, pues Dios lo dotó de cualidades maravillosas.
Querido lector, todos los seres humanos debemos aprovechar esas cualidades dadas por Dios para hacer el bien y vivir con dignidad.
[1] Como aparece en Isaías 14:14
[2] Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos, Tomo I, p. 10