LA LUZ
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“Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Entonces dijo Dios: “Sea la luz”, y fue la luz.” (Génesis 1:2-3)
Cuando Dios hizo los cielos y la tierra, el planeta estaba totalmente oscuro. Pero el Poder de Dios se estaba manifestando y ante su proclamación “Sea la luz”, hubo iluminación sobre este caótico y solitario planeta. Las aguas que cubrían la tierra podían ser vistas.
Hay algunos que explican que la luz inicial provenía del sol que ya existía, de estrellas o de cualquier otro objeto similar a la columna de fuego que iluminó a los israelitas por el desierto. No sabemos de qué manera Dios alumbró la tierra, lo que sí sabemos es que la tierra fue iluminada con la luz.
“Dios vio que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas. Dios llamó a la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y fue la mañana del primer día.” (Génesis 1:4-5)
Al admirar Dios la hermosura de la luz, la separó de las tinieblas, poniendo límites entre éstas: “El trazó el horizonte sobre la faz de las aguas, hasta el límite de la luz con las tinieblas.”(Job 26:10). Dios vio que la luz era buena en su propio ambiente y no revuelta con las tinieblas, de ahí que el ámbito de su funcionamiento está ligado al día y las tinieblas a la noche.
Por el proceso de rotación de la tierra sobre su mismo eje, la luz y la oscuridad empezaron a enseñorearse de una parte de la tierra cada una, continuando ese fenómeno hasta hoy. El relato concluye con la confirmación de que estas cosas ocurrieron en el primer día, al cual hoy llamamos “domingo”.
La transformación de la tierra inició con su iluminación, porque la luz es necesaria para el sostenimiento de la vida.
El Apóstol Juan escribió que el Hijo de Dios fue desde el principio la luz de los hombres: “El era en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y sin él no fue hecho nada de lo que ha sido hecho. La luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:2-5). Así como la luz prevaleció sobre las tinieblas, en el principio, el Hijo de Dios siempre ha prevalecido sobre todo principado y potestad.
La tierra fue beneficiada en el principio con la luz. Hoy todo ser humano ha sido beneficiado con la manifestación del Hijo de Dios, para iluminar la oscuridad del pecado y volvernos hijos de luz: “Aquél era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene al mundo” (Juan 1:9); “Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz… Yo he venido al mundo como luz, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en las tinieblas.” (Juan 12:36, 46).
¿Qué oportunidades tenemos los seres humanos para dejar de vivir en las tinieblas?: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que practica lo malo aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas. Pero el que hace la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifiestas, que son hechas en Dios” (Juan 3:16-21). Jesús es el único camino a Dios, pero el mundo de maldad es oscuro, por lo cual es necesario recibir la luz para que sean manifestadas las obras de Dios en nuestras vidas. Todo aquel que rechaza a Jesús, ama vivir en oscuridad.
¿Cuál debe ser nuestro papel como hijos de luz? Debemos vivir conforme a lo que Dios manda, siendo fieles y no fluctuantes. No es posible ser hijos de luz pero vivir conforme a la voluntad de las tinieblas: “¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas?”(2ª a los Corintios 6:14).
Nuestra responsabilidad como hijos de luz es iluminar al mundo para que resplandezca sobre otros la luz del evangelio: “Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida. Tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, sino sobre el candelero; y así alumbra a todos los que están en la casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, de modo que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16) Los hijos de Dios tenemos el compromiso de mostrar esa luz, no ocultarla.
Querido lector, si usted ya camina en la luz de Jesús, compártala con aquellos que aún viven alejados de Dios. Pero si usted aún no ha creído en Jesús como dicen las Escrituras, yo le invito a que venga a la luz para que reciba la iluminación que lo conducirá a vida eterna.
“porque si bien en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Andad como hijos de luz!” (Efesios 5:8).