LOS CIELOS Y LA TIERRA

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Al principio de todas las cosas, Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1). La Palabra de Dios es clara al afirmar que “en seis días Jehovah hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos” (Éxodo 20:11). Esto quiere decir que antes de que Dios pronunciara “sea la luz”, el reloj del tiempo se había activado con los cielos y la tierra.

Dios suspendió al globo terráqueo en el espacio sin tener nada por bases: “El está asentado sobre el globo de la tierra…” (Isaías 40:22 RV 1909); “El despliega el norte sobre el vacío y suspende la tierra sobre la nada” (Job 26:7).

En el primer versículo de las Sagradas Escrituras vemos un propósito evidente, dar al hombre la conciencia de que todo se debe a la creación divina. Los antiguos mitos atribuían la existencia del mundo al resultado de las luchas entre diversos dioses o debido a la casualidad o al capricho. Pero la Palabra de Dios nos muestra el cosmos como expresión de la voluntad divina, a Dios como el Creador de todas las cosas.

¿Para qué hizo Dios la tierra? Millones de personas creen que cuando los seres humanos mueren, los que hicieron lo bueno van al cielo y los de malas obras van al infierno. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos muestran el propósito de la tierra: “Los cielos son los cielos de Jehová: Y ha dado la tierra á los hijos de los hombres” (Salmo 115:16); “Porque así ha dicho Jehovah—el que ha creado los cielos, él es Dios; el que formó la tierra y la hizo, él la estableció; no la creó para que estuviera vacía, sino que la formó para que fuera habitada--: “Yo soy Jehovah, y no hay otro” (Isaías 45:18).

Cuando Dios hizo al planeta tierra, inicialmente estaba desierto y sin el orden actual, con agua y tierra mezcladas entre sí: “Y la tierra estaba sin orden y vacía. Había tinieblas sobre la faz del océano, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2); “Pues bien, por su propia voluntad pasan por alto esto: que por la palabra de Dios existían desde tiempos antiguos los cielos, y la tierra que surgió del agua y fue asentada en medio del agua” (2ª de Pedro 3:5).

Desordenada y vacía, se resumen en una sola palabra: Caos. El estado de la tierra era caótico, porque los enlaces atómicos aún no se habían producido para dar forma a lo que hay actualmente y la tierra era tan solo materia sin forma, en caos, sin ordenamiento interno, ni externo. El planeta estaba cubierto de líquidos y era oscuro en su totalidad, pues carecía de iluminación.

¿Qué podemos entender respecto a que “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”? El versículo usa “ruaj Elohim”, que se vierte como Espíritu de Dios, hálito de Dios, viento de Dios o soplo de Dios. El historiador judío Flavio Josefo lo explica de esta forma: “…la tierra no se veía sino que estaba cubierta de espesas nieblas y un aire recorría la superficie…” (Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos, Tomo I, p. 9). En lugar de “Espíritu de Dios” también podríamos decir “viento de Dios”, lo que implica agitación de las aguas. Desde esa perspectiva, el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, manifestando el poder divino en la tierra, la cual estaba a punto de ser transformada.

Una vez hechos los cielos y la tierra, Dios formó todo lo demás partiendo del caos. Día tras día fue haciendo un universo lleno de maravillas. Cuando Dios concluyó vio todo lo que había hecho y que era bueno en gran manera (Génesis 1:31).

Sin embargo, los seres humanos desde la comisión del primer pecado no hemos cuidado la creación de Dios. Hemos sido inconscientes porque contaminamos el aire, el agua y la tierra. “¡Yo no!”, podría decir alguien, pero la realidad es que todos hemos pecado y contribuimos en la destrucción de los ecosistemas. Yo tengo un vehículo que contamina el ambiente, otro usa productos que dañan la capa de ozono, consumimos productos de las grandes industrias que contaminan el ambiente, etc. Todos somos responsables.

La tierra nos está devolviendo lo que le estamos dando porque el agua se está escaseando, la producción de alimentos es insuficiente, los desastres naturales atentan contra nuestras comodidades y tantas cosas más. ¿Qué debemos hacer? No desperdiciemos el agua, no usemos productos que dañan el ambiente, cuidemos los recursos naturales y tantas cosas que a diario se nos dice a través de todos los medios de comunicación.

En los últimos tiempos, Dios destruirá a los que destruyen la tierra: “Las naciones se enfurecieron, pero ha venido tu ira y el tiempo de juzgar a los muertos y de dar su galardón a tus siervos los profetas y a los santos y a los que temen tu nombre, tanto a los pequeños como a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (Apocalipsis 11:18).

Un día habrá cielo y tierra nuevos libres de contaminación y de la mano destructora. A esa solamente tendrán acceso los creyentes fieles al Señor. Esforcémonos por habitar en esa tierra: “Según las promesas de Dios esperamos cielos nuevos y tierra nueva en los cuales mora la justicia. Por tanto, oh amados, estando a la espera de estas cosas, procurad con empeño ser hallados en paz por él, sin mancha e irreprensibles. Considerad que la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (2ª de Pedro 3:13-15).

¿Cuál es la condición de su vida, querido lector? Si su vida está en caos, póngase en las manos del Señor y verá que del caos hará maravillas; Él puede transformar su vida cual barro en manos del alfarero. Pero si usted es un creyente cristiano, esfuércese por ser fiel al Señor porque lejos de Él, la vida se torna desordenada y vacía, porque el ser humano sin Dios vuelve al caos.

Humillémonos delante del Señor para que Él sane nuestra tierra: “si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, si oran y buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra.” (2º de Crónicas 7:14)