AÑADIENDO EL MAL

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Entonces la mujer vio que el árbol era bueno para comer, que era atractivo a la vista y que era árbol codiciable para alcanzar sabiduría. Tomó, pues, de su fruto y comió. Y también dio a su marido que estaba con ella, y él comió. Y fueron abiertos los ojos de ambos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron ceñidores” (Génesis 3:6-7).

En ese momento, la mujer vio al árbol agradable y codiciable para alcanzar sabiduría; pero no comprendió que conocería el bien y el mal y que eso acabaría con su inocencia primera. Por ello, ella tomó y comió del fruto prohibido y luego dio a Adán.

¿Dónde estaba Adán mientras la mujer conversaba con la serpiente? Según se aprecia en la versión Reina Valera Actualizada, Adán estuvo presente cuando la serpiente seducía a la mujer y presenció el momento en el cual ella llevó a la boca el fruto prohibido. ¿Qué hizo él para impedirlo? Nada. Con su silencio avaló lo que hizo la mujer.

Note que Adán no fue engañado sino la mujer: “Y Adam no fué engañado, sino la mujer, siendo seducida, vino á ser envuelta en transgresión” (1ª a Timoteo 2:14 RV1909). Ella fue engañada y por ello transgredió la ley de Dios y luego dio del fruto al hombre, quien por comer, no impedir el pecado y por oír la voz de su mujer, también se convirtió en transgresor. Así fue como el pecado contaminó al ser humano.

El ser humano fue tentado a experimentar con lo malo, pero para tener esa experiencia debía primero cerrar sus ojos, voltear su rostro y alejar a Dios de su mente. Fue así como el ser humano se enredó en aquello que veía como lo malo, suponiendo que con ello elevaría su estatus. Con su desobediencia, el ser humano añadió para sí la inclinación al mal, la cual antes no le era natural. Sus pensamientos y sus acciones ahora eran motivados hacia lo malo, pues el mal estaba presente: “Jehovah vio que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y que toda tendencia de los pensamientos de su corazón era de continuo sólo al mal” (Génesis 6:5); “Porque lo que hago, no lo entiendo, pues no practico lo que quiero; al contrario, lo que aborrezco, eso hago. Porque no hago el bien que quiero; sino al contrario, el mal que no quiero, eso practico. Y si hago lo que yo no quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí. Por lo tanto, hallo esta ley: Aunque quiero hacer el bien, el mal está presente en mí” (Romanos 7:15, 19-21).

Antes del pecado, el hombre y la mujer no se avergonzaban de su desnudez, pero una vez pecaron, sintieron vergüenza, por lo que se cubrieron con hojas de higuera. La malicia estaba presente y ahora ellos no sólo sabían el bien, sino que también conocieron la maldad y eso los hizo sentirse desnudos y desprotegidos.

Pero Dios proveyó un medio para ser librados de esa conexión con la maldad: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Querido lector, ¿ya fue usted librado de esa conexión dañina? Si usted ya es libre, ¡bendito sea Dios! Si aún no recibido a Jesucristo, la puerta aún está abierta.

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